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Gloria del cordero

 

LA GLORIA DEL CORDERO

 




Y vi un fuerte ángel predicando en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro, y de desatar sus sellos?
Y ninguno podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro, ni mirarlo.
Y yo lloraba mucho, porque no había sido hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.
Y uno de los ancianos me dice: No llores: he aquí el león de la tribu de Judá, la raíz de David, que ha vencido para abrir el libro, y desatar sus siete sellos.
Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los ancianos, estaba un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados en toda la tierra.
Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono.
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero, teniendo cada uno arpas, y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos:
Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación

 


(Apocalipsis 5:2-9 RV1909)

 

 

 

El contexto
Al leer estos versículos del libro de las revelaciones entendemos que el tema central en ellos es Jesucristo en su papel de Redentor que aparece en el libro de Isaías y en el Evangelio escrito por el Siervo de Dios Juan, como el Cordero.

En la escena celestial que describe el capítulo 5 del Apocalipsis miramos el rollo de un libro que nadie es capaz de abrir. Nadie posee la dignidad suficiente para abrirlo y mirarlo. La cantidad de sellos que tiene este libro son siete, lo que quiere decir que su contenido era secretísimo; estos sellos a manera de las cartas reales antiguas sujetaban la hoja enrollada, de manera que para abrirlo era preciso retirarlos todos.

Un fuerte ángel grita a grandes voces con el fin de que todo lo creado sea capaz de escuchar su voz, preguntando si existe alguno con la dignidad suficiente, pero nadie responde en la creación. No existe ángel en el cielo, hombre en la tierra ni en otro lugar que se pueda arrogar esta dignidad. El hecho de preguntar a toda la creación sólo sirve para demostrar la alta dignidad del personaje central de ésta escena.

El Cordero
El apóstol es interrumpido en su llanto por uno de los ancianos que le dirige la mirada hacia el centro de todo aquel lugar. Juan entendía la importancia de la apertura de aquel libro y el anciano lo tranquiliza diciendo: no llores, mira que ha vencido el León de la tribu de Judá, la raíz de David para abrir el libro.
Estas palabras inspiradas en los pasajes del Antiguo Testamento nos confirman de dónde procede el Cordero y a quién representa. La frase “León de Judá” procede de la bendición de Jacob a sus doce hijos; esta bendición por supuesto es mesiánica. El título “Raíz de David” procede de la referencia que hace Isaías capítulo 11 a la descendencia de Isaí, padre del rey David. Por lo tanto estos dos títulos nos confirman que procede de la tribu de Judá y que desciende de la familia real de David.

Pero la parte donde deseo detenerme un poco más es en el paradójico contraste del León anunciado por el anciano que aparece con la forma de un Cordero; la diferencia entre lo que se anunció y lo que puede verse al centro de todo parece diametralmente opuesta. Juan contempla en lugar de un León a un Cordero que estaba de pie y que aparecía con evidencia de haber sido degollado; en lugar de ver la figura majestuosa del León se presenta la figura dócil de un Cordero. El apóstol está mirando no a otro sino al Cordero que presentó hace mucho Isaías siendo llevado al matadero y delante de sus trasquiladores. La presencia de este Cordero alude a su mansedumbre, humildad, inocencia y santidad que caracterizan al Mesías.

El Cordero aparece de pie pero llevando las señales de su inmolación, de la manera en que se presentó a Tomás con las marcas en las manos. Él está de pie porque a pesar de haber sido degollado; ha logrado vencer la muerte con su resurrección; un hombre escribió la siguiente frase respecto a éste versículo: “Cristo ha sido, en efecto, León para vencer, pero se ha convertido en Cordero para sufrir”. Su sufrimiento, muerte y posterior resurrección han sido la causa de la definitiva victoria sobre el pecado y la muerte. Cristo representado por el Cordero lleva las marcas de su cruento sacrificio, las huellas de la batalla y el sufrimiento que llevó en su camino al Gólgota; estas heridas forman parte de su dócil, humilde e inocente figura en medio de aquella majestuosa escena celestial.

El Cordero tiene, además de las heridas del sacrificio siete cuernos; éstos representan la plenitud de su poder y fuerza, sus siete ojos designan su absoluto conocimiento y la referencia a los siete espíritus de Dios no hacen sino aludir nuevamente a Isaías en su capítulo 11 para confirmar que el Cordero del que se habla es sin lugar a dudas la representación de Jesucristo, de cuyo poder y autoridad se sujeta toda cosa creada, cuyo conocimiento es ilimitado y sobre quien habita la totalidad de la divinidad en presencia corporal.

El Cordero finalmente toma el libro y cuando esto sucede, los cuatro seres vivientes y los ancianos se postran, esto es, se colocan sobre el suelo, en señal de adoración y reconocimiento. La alabanza que se escucha resalta una vez más la dignidad del Cordero para abrir aquel rollo y romper los siete sellos; la razón que aparece en las palabras de este canto es precisamente la inmolación del Cordero.

Considero importante resaltar que el Cordero es tomado como digno por haber muerto; a un ejército se le reconoce como victorioso cuando da muerte a sus enemigos, en contraste, Cristo ha sido hallado victorioso por haber muerto, es justamente su sacrificio lo que hacía falta para hacer posible la reconciliación universal de la humanidad con su Creador por medio de la Sangre que fluyó desde el monte Calvario; y es su resurrección lo que selló la victoria sobre la muerte no sólo física, que tendrá cumplimiento cuando todos los que somos salvos participemos de la resurrección, sino ante todo sobre la muerte eterna, porque por medio de su sacrificio es posible quitar el pecado del corazón de los hombres y presentarlos ante Dios como dignos de recibir la vida eterna.

La gloria del Cordero es su sacrificio. La majestad del Cordero va acompañada de las huellas de su inmolación; esas heridas forman parte de su gloria. El Cordero muestra sus heridas para personas que necesitan un poco de ayuda para creer, como Tomás, como usted y como yo.
Nosotros, amamos esas heridas, porque sabemos que cada una de ellas infringidas con odio y saña estaban siendo soportadas por el Cordero movido por el amor más grande que hombre alguno ha sentido jamás.
Nosotros amamos sus heridas porque sabemos que aquella herida abierta en el costado de Jesús fue la hendidura necesaria en el tronco de la oliva para que los extraños fueran injertados en el sitio que no les correspondía, para que los gentiles, los que no éramos elegidos fuésemos insertados y hechos participantes de la Promesa.

Podía bien haber aparecido un majestuoso león en medio del trono y de los animales y de los veinticuatro ancianos y podríamos haber hablado del poder, señorío y autoridad que representa su figura. Pero Dios eligió mostrarse como un Cordero que exhibe con gran dignidad sus heridas, porque su sacrificio nunca debe ser olvidado ni tenido en poco.

¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!