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EL CORDERO DE DIOS Y LOS TIEMPOS FINALES 

 

 

El siguiente día ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Juan 1:29.

 

Gloria del cordero-Recuperado

 

 

 

No sé si Juan el bautista, se dio cuenta del alcance que tenía, el gran anuncio que dio el día que presentó al Señor Jesús como el “Cordero de Dios”, pues dicho anuncio, trascendía las barreras del tiempo, afectando para bien el pasado, presente y futuro de la humanidad.
Cuando él expresó “he aquí el Cordero de Dios” y añade, “que quita el pecado del mundo”, sus palabras dejan de tener un efecto temporal y se trasladan hasta el mismo fin de los tiempos y la entrada a la eternidad.

Cierto es que el cruel sacrificio en la cruz, por parte de nuestro Señor Jesucristo tuvo un efecto de salvación para todos aquellos que depositen su fe en Él, pero también, es una realidad que, en la actualidad, el pecado sigue afectando a la humanidad y sus consecuencias todavía son visibles en todo el mundo. Mas el anuncio de Juan fue que el Cordero de Dios, quitaría, erradicaría, eliminaría el pecado del mundo, entonces, esto nos habla de algo que quedó pendiente y que va a acontecer en el futuro.

¿Cómo es que va a acontecer esto?
Vayamos al libro de Apocalipsis en su capítulo 5, versículos del 1 al 7, y contestemos esta pregunta, dice:

Y vi en la mano derecha del que estaba sentado sobre el trono un libro escrito de dentro y de fuera, sellado con siete sellos. Y vi un fuerte ángel predicando en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro, y de desatar sus sellos? Y ninguno podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro, ni mirarlo. Y yo lloraba mucho, porque no había sido hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dice: No llores: he aquí el león de la tribu de Judá, la raíz de David, que ha vencido para abrir el libro, y desatar sus siete sellos. Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los ancianos, estaba un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados en toda la tierra. Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono.

El “libro” del cual se nos habla en este capítulo, es un libro que contiene los juicios finales, con los cuales Dios acabará con toda especie de mal que exista, no solo en la tierra, sino aun en el universo. Es el libro de los juicios; conforme se vayan desatando sus sellos, Dios se ira glorificando, y el diablo y sus legiones poco a poco a través de cada juicio serán humillados y finalmente derrotados. Satanás en los tiempos finales, a través del Anticristo, estará diciendo yo soy Dios, pero Dios se estará glorificando por encima de la soberbia de este personaje, al mostrar su poder y gloria, a la vez que desate toda clases de juicios sobre la tierra, para que quede demostrado que solo hay un solo Dios en el cielo, en la tierra y aun bajo la tierra y ese único y solo Dios es nuestro bendito Señor Jesucristo.

Será como en los tiempos de Moisés y Faraón, cuando el siervo de Dios fue a ver a este hombre, dándole a conocer la voluntad del Señor Para su Pueblo, Faraón expresó: “Quien es Jehová, para que yo oiga su voz… Yo no conozco a Jehová…” (Éxodo 5:2). Faraón decidió totalmente desconocer la soberanía absoluta de Dios, y por su mala decisión le tocó beber del cáliz de la ira del Señor. En el tiempo en el que los sellos del libro sean abiertos y los juicios de Dios se desaten sobre la tierra, Satanás estará vociferando exactamente las mismas palabras: “Quien es Jehová, para que yo oiga su voz, yo no conozco a Jehová”. Ante tal rebelión el Señor Jesús no se quedará cruzado de brazos, habrá llegado el día de poner las cosas en claro. Durante siglos Satanás se ha pavoneado en este mundo como león buscando a quien devorar, más en esos días él tendrá el encuentro final contra el verdadero León eterno y poderoso y entonces será el día de la glorificación del único Dios de los cielos.

Faraón, en su duro corazón, le dio la espalda a Dios y ante cada plaga que caía sobre Egipto, él sabía que estaba siendo derrotado, pero, aun así, en medio de su necedad, perseveró en su locura, hasta el punto, que, llegado el momento, Jehová dio a conocer su voluntad: “Y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército; y sabrán los egipcios que yo soy Jehová” (Éxodo 14:4). El único Dios de los cielos, había decidido, que ante la insensatez de Faraón, y las acciones que Él tomaría contra esa insensatez, traería más gloria, honor y prestigio para su bendito Nombre; y las generaciones futuras la tierra, al leer sobre la batalla que faraón quiso librar en contra de Dios y los resultados que este “reyezuelo” cosecho por sus decisiones, quedarían asombradas ante el poderío, majestad y autoridad de nuestro bendito Dios.

Cuando el Cordero inmolado tome en sus manos el libro de los juicios y desate sus sellos, será el momento de la glorificación universal de Dios. El Anticristo estará en campaña, quien pretenderá montar en caballo blanco, buscará un arco iris artificial y engañoso para darse brillo, portará en su cabeza una corona de falsa victoria, queriendo demostrar que él es el único que tiene autoridad sobre la tierra; pero Dios se reirá en los cielos, nadie puede pelear contra Dios y ganar, nadie. Los sellos serán rotos, los eventos comenzarán a andar, las trompetas sonarán, las copas se derramarán y sólo habrá un trono y uno sólo sentado en ese trono y téngalo por seguro que no será ni Satanás, ni su Anticristo, será nuestro bendito Dios, y entonces el universo escuchará este cantico:

Los reinos del mundo han venido a ser los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo: y reinará para siempre jamás… Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu grande potencia, y has reinado

Apocalipsis 11:15 y 17.

Mas para que esto se lleve a cabo, es necesario “el Cordero de Dios”. Esto lo vemos claramente en el momento que el apóstol Juan llora por darse cuenta que no existe alguien ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra que pueda abrir el libro, y que por lo tanto las cosas seguirán igual: el caos, la maldad, el pecado seguirán reinando. Cuando Juan derrama sus lágrimas, un anciano le habla y dirige su atención hacia el León de la tribu de Judá, el cual ha vencido para abrir el libro y desatar sus sellos y de esa manera eliminar, erradicar el pecado sobre la tierra y el universo.

Recordemos, que Apocalipsis es el libro del “León”, el Señor Jesús en este libro es presentado como el “León de la tribu de Judá”. Jesús en Apocalipsis, es el León con cabellos blancos, como blanca lana, sus ojos, como llama de fuego; sus pies, semejantes al latón ardiente como en un horno; su voz, como ruido de muchas aguas; de su boca sale una espada aguda de dos filos y su rostro resplandeciente como el sol en toda su fuerza. Este es el aspecto del León que juzgará y erradicará todo el pecado del universo, su aparición en Apocalipsis anuncia que el fin de los tiempos ha llegado. La eternidad está a punto de ser establecida, los rugidos de los juicios del León le avisan a Satanás y sus huestes que su fin está próximo. Todo será vuelto a su orden original, cada zarpazo de este gran León será un juicio desatado contra todo sistema establecido en la tierra: los sistemas políticos, económicos, religiosos, humanistas, centrados en el hombre y no en Dios, caerán a cada paso de este imponente León. Serafines, ángeles, arcángeles, todos estarán a las órdenes de Él. Los sellos del libro serán abiertos, las trompetas tocadas, las copas derramadas y el León como Guerrero triunfante, avanzará en su campaña de conquista. No habrá enemigo que se pare delante de Él, todo y todos caerán a su paso. El universo temblará ante la mirada de Él, nadie escapará a su ira: la ramera y la bestia sucumbirán ante su presencia; todos beberán del furor de su ira, Babilonia la grande caerá.

Al final de su campaña, los cielos se abrirán, Satanás intentará llevar a cabo su asalto final en el valle de Megido; colocará su trampa para Dios, trampa que finalmente será para él mismo. La batalla del Armagedón estará preparada: un ejército de grandes proporciones estará apuntando sus armas al cielo, buscará detener la aparición del tremendo León triunfante: serán millones, estarán confiados en sus armas de tecnología de punta, pero pronto se darán cuenta de cuán ingenuos han sido. El León aparecerá montado en un caballo blanco, y será llamado Fiel y Verdadero, el cual con justicia juzga y pelea, sus ojos serán como llama de fuego, traerá sobre su cabeza las diademas de la victoria, del triunfo de los triunfos; habrá en Él un nombre que nadie entiende sino Él mismo, su ropa estará teñida en sangre, y su nombre será llamado el VERBO DE DIOS. Ejércitos lo acompañarán, de su boca saldrá una espada aguda para herir con ella a las gentes, y como las uvas al ser pisadas sueltan todo su jugo, así será la manifestación del vino del furor y la ira terrible del León Todopoderoso; y en sus vestiduras y en su muslo tendrá escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES…

Satanás, el Anticristo, el falso profeta y sus ejércitos lo estarán esperando, mas todos serán vencidos. El León rugirá y todos los integrantes de los ejércitos serán muertos. El Anticristo y el falso profeta serán lanzados vivos al lago de azufre ardiendo, Satanás será atado con una grande cadena en el abismo y al pisar el León de la tribu de Judá sobre el monte de los Olivos, éste se dividirá en dos y todos sabrán que Jesús es el Mesías, el verbo hecho carne, el niño enviado, el Padre eterno, y que Él es el único que merece toda adoración.

Mas para que haya un León, primeramente tuvo que haber un Cordero inmolado. No podría ser de otra manera: los judíos de aquellos tiempos, al leer las profecías que anunciaban al Mesías, esperaban al León, y tropezaron con el Cordero. Mas es claro que dichas profecías, primero anunciaban al Mesías como un Cordero inmolado y después como un León, y todas las profecías acerca del Mesías se tenían que cumplir, en su respectivo orden y una de ellas era:

Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca

Isaías 53: 3-7.

Si no hubiera existido un Cordero azotado, abatido, herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, que llevará el castigo de nuestra paz sobre Él, que por su llaga fuéramos curados, entonces no hubiera existido posibilidad alguna de que el León de la tribu de Judá llevara a cabo su campaña final de exterminio de todo mal en el universo.

Alguien tenía que cumplir esa parte para que la segunda se pudiera llevar a cabo. Por eso es que el apóstol Juan, al recibir el llamado del anciano, de que ya no llorara sino que volviera su rostro para contemplar al León de la tribu de Judá, el cual ya había vencido, no observó un León, sino que sus ojos contemplaron un Cordero como inmolado, el León no venció en la cruz, como tal, sino como Cordero inmolado, su triunfo no fue el de la conquista o la ejecución de los juicios, sino el de la humillación, el del sacrificio, del abatimiento, del desprecio, del quebranto, del dolor, de las heridas, del castigo, de la angustia, la aflicción, el de la muerte.

Al morir el Señor Jesús en la Cruz, lo hizo como un Cordero inmolado. Al resucitar de entre los muertos y levantarse de la tumba, lo llevó a cabo como el León de la tribu de Judá.

¡Oh, bendito Cordero, que siendo Dios, te anonadaste, te hiciste como nada y tomaste forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y hallado en esa condición como hombre, como Cordero, te humillaste a ti mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual has sido ensalzado a lo máximo, dándote un nombre que es sobre todo nombre, y a tu nombre, se debe de doblar toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra, y toda lengua debe de confesar, que JESUCRISTO es nuestro Señor!

Llegará el día en que ya no habrá necesidad de que Dios se siga manifestando de diferentes maneras, Él tendrá el triunfo total. Ya no abra enemigo que le haga frente, el apóstol Pablo lo dice así:

Porque, así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Más cada uno en su orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin; cuando entregará el reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda potencia y potestad. Porque es menester que él reine, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será deshecho, será la muerte. Porque todas las cosas sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice: Todas las cosas son sujetadas a él, claro está exceptuado aquel que sujetó a él todas las cosas. Más luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos

1 Corintios 15:22-28

La manifestación como cordero habrá terminado, la de León también. Dios en toda su esencia gobernará entre nosotros: ya no a través de manifestaciones, ya no como hijo o alguna otra manifestación, sino que Él será Dios en todas las cosas en todos. Mas creo, que cada uno de los salvos, de los redimidos, de los que seamos la esposa del Cordero, de los que conformamos en la actualidad su Iglesia, siempre guardaremos en nuestro interior el sentimiento de gratitud, por su manifestación como Cordero inmolado, pues a través de ella, no solo fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir, sino además, fue el principio del fin de todo el pecado.

Sin Cordero no sería posible esperar un final feliz de la historia, mas como Jehová proveyó de Cordero, hoy sabemos que el triunfo del bien está garantizado en las manos de nuestro bendito Dios y Señor Jesucristo. Sabemos que al final el bien triunfará y el mal será destruido, sabemos que nos espera una eternidad de paz y gozo, por la cual tanto suspiramos.

Amados, caminemos cada día con la certeza y seguridad de que en Jesucristo tenemos asegurada la victoria, no luchemos contra el mal como el que hiere al aire, o como para ver qué es lo que sucede. El anciano de Apocalipsis le aseguro al apóstol Juan que el León ya había vencido, y en su victoria nosotros tenemos asegurada la nuestra. No vamos en este camino para que al final nos den la sorpresa de que perdimos, vamos con la firme seguridad de que al final el bendito Cordero inmolado nos estará esperando para unirnos con los que han vencido por la sangre del Cordero y entonces sí… viviremos con Dios por toda la eternidad.